Viaje a «El Raso» Candeleda (Ávila)
7 de Marzo 2015
Viaje de un solo día. La salida a las 9 horas, el lugar a visitar el Castro de “El Raso”, ubicado en Candeleda, provincia de Ávila. Iniciado el camino recogimos a la persona que nos iba a acompañar y a explicar la excavación.
Llegados a la meta dejamos el autobús para dirigirnos hacia el recinto. Lo primero que observamos es la potente muralla que rodea al castro.
Su emplazamiento es estratégico. Ocupa la cara sur de la Sierra de Gredos, junto a unas gargantas que transportan el agua de las cumbres de la sierra y que desembocan en el río Tiétar. Situado en una amplia llanura, está protegido de los vientos del norte por las montañas, y en ella es posible una rica y variada agricultura de secano y regadío, gracias a la riqueza de sus suelos y a las óptimas condiciones climáticas que se dan en la zona.
El asentamiento humano se cree que es de época paleolítica, aunque no se han encontrado restos de este periodo pero si algunos de la Edad del Cobre. Entre Plana y Alcaldillo, es decir entre Candeleda y Madrigal de la Vera, se han descubiertos restos funerarios del citado periodo.
Se cree que hacía finales del siglo VI a. C. comienzan a llegar a esta zona pueblos de Centroeuropa. Se trata de pastores y agricultores de origen celta, que vienen acompañados de sus familias, se desplazan lentamente y optan por asentarse pacíficamente aquí. Desconocen la escritura y son politeístas.
Las excavaciones realizadas en el lugar no han sido sistemáticas, aunque aseguran una cronología que va desde el siglo IV a.C. al II a. C., y es posible que con posterioridad la zona siguiera estando ocupada, pues cerca del Raso, en el Castañar han aparecido piedras de molino, tornos de alfarero que parecen indicar que tuvieron influencias de la zona levantina y del sur.
Los enterramientos que se han encontrado son de incineración. Una vez realizada la cremación lavaban los huesos que guardaban en urnas cinerarias tapada con una piedra o un vaso apropiado, éstas eran depositadas en hoyos excavados en el suelo, a las que incorporaban objetos personales (como joyas), armas inutilizadas y ofrendas.
En el siglo III a. C. las gentes de este lugar comienzan a intranquilizarse por la llegada de los cartagineses y de los romanos, que recorren la Península en busca de soldados y metales, destruyendo las zonas que se resisten, como debió de ocurrir en el Raso, pues se ha encontrado una gruesa capa de cenizas del siglo III a.C., por lo cual los indígenas decidieron buscar otro asentamiento y lo hicieron cerca de la Garganta de Alardos. Fortificaron el lugar con una muralla de dos kilómetros de longitud en la que dispusieron torres estratégicas, delante cavaron un foso y en la parte más alta levantaron un bastión denominado ”Castillo”. Dentro del recinto construyeron nuevas casas, todas realizadas a la vez. Utilizaron zócalos de mampostería y el resto a base de piedras de distinto tamaño unidas entre sí por barro. Exteriormente la piedra es lisa y con aristas vivas, para evitar que la humedad penetrara en la vivienda, el resto se remató con tapial. Estas viviendas ocupaban una superficie de entre 50 y 150 metros cuadrados, tenían disposición rectangular o cuadrada. Todas ellas contaban con el hogar en el centro y a los lados solía haber poyetes corredizos.
En las viviendas rectangulares había pequeñas habitaciones, quizás despensas, ya que se han encontrado semienterradas en el suelo vasijas con provisiones. La mayoría de estas viviendas seguían el esquema de casa-pasillo con habitaciones dispuestas una a continuación de otra. Fuera solían tener un porche con banco corrido. La cubierta de la casa estaba hecha a base de ramajes y palos como los de las cabañas. Las puertas se abrían siempre hacia el sur para reducir los efectos negativos de los vientos de la sierra, y carecían de ventanas. También en el lugar se han localizado otros edificios cuya utilidad ignoramos, tal vez servirían para reuniones o para despensas.
Además de las casas se han encontrado otros espacios carecen de separaciones, tal vez destinados al ganado o a talleres.
Por los objetos encontrados parece que tuvieron contactos con pueblos de la zona meridional, buen ejemplo de ello es el exvoto de bronce de la Garganta Alardos, que los relaciona con la zona de Córdoba y Jaén.
A mediados del siglo I a. C. los romanos se impusieron a los indígenas que vivían en estos lugares altos y fortificados; les ordenaron derribar las murallas y trasladarse a la llanura, antes de bajarse al llano escondieron sus tesoros pensando en volver, se han encontrado en el lugar monedas de plata, ases de bronce y joyas con la efigie de Julio César, así como textos latinos pero con nombres indígenas incisas en grandes vasijas de provisiones. Como los vettones, mantienen el culto a los dioses Ataecina y Vaelico (cuyo santuario se encuentra en el vecino Portoloboro, junto al Tiétar), ya que el agua y la naturaleza eran sus principales divinidades. Además durante este período, los habitantes del castro debieron realizar sus ofrendas sobre “aras” con nombres indígenas latinizadas, destaca la del dios Vaelico, asimilado con un dios sanador, como el Esculapio romano.
Posteriormente nos dirigimos a Candeleda donde comimos estupendamente. Concluido el almuerzo empezamos el recorrido por este lugar. Primero la plaza, después el Museo Municipal. Se trata de un edificio de tres plantas, donde disfrutamos con la contemplación de las piezas encontradas en el Castro del Raso y los lugares de alrededor (torques, colgantes, espadas de antenas, martillos, exvotos, y objetos del interior de las tumbas como copas de barniz negro, Astarté bifronte, vajillas bandas); no faltan también los objetos etnológicos como mantas, tijeras de esquilar, etc.
A continuación un paseo por la judería, donde se ubica la Casa de la Inquisición, del siglo XV –XVI; la Iglesia de la Asunción, del siglo XV, que tiene un altar barroco del siglo XVIII, un altar lateral del siglo XVI, con azulejos de Talavera, y una estupenda pila bautismal.
Las Casas del Moral, constituyen un complejo entramado de fachadas con solanas y tejados voladizos, que corresponden a los siglos XVI- XVII. Un paseo por la calle del Pozo, muy típica, cuenta con algunas fachadas de piedra adinteladas y adornadas con el cordón franciscano y escudos de los siglos XVI al XVIII. Concluimos la visita en la plaza del Ayuntamiento, hacemos acopio, como no podía ser de otra manera, del típico pimentón de la zona.
Volvimos a Madrid a la hora prevista.