Puntualmente partimos a las 8 de la mañana camino de Zaragoza. Era un día espléndido, para disfrutar de las maravillas que nos esperaban.
Paramos en las Esteras de Medinaceli (donde dicen nace el Jalón) jaja … es un regatillo de agua. Al mirar a nuestro alrededor vemos como nos observaba el Moncayo, que no nos abandonaría en todo el recorrido.
Llegamos a Borja, donde nos esperaba una joven guía, que nos pondría en contacto con el lugar. Entramos por el Arco de Zaragoza para dirigirnos a la Plaza de España donde se encuentra el Ayuntamiento de estilo renacentista.
Seguimos hasta la Antigua Iglesia de S. Miguel (s. XIII-XVIII), hoy sede del Mº Arqueológico (¡Ojo con la entrada! Nos puede sorprender). La visita corrió a cargo de don Manuel Gracia Rivas, Presidente del Centro de Estudios Borjanos, que por ser el padre del proyecto nos hizo disfrutar con sus explicaciones. Vimos antiguas pinturas rescatadas de la iglesia, mosaicos y objetos de la zona.
A la salida nos dirigimos a la plaza del Mercado, sin tiempo para comprar un mal bizcocho del lugar, a continuación pasamos por el Centro de Estudios Borjanos, últimamente restaurado.
Seguimos hasta el Mº de la Colegiata, Antiguo Hospital de la ciudad, bello ejemplo de la arquitectura aragonesa del s. XVI. Consta de tres plantas, la baja tiene un patio cuadrado donde está el escudo de la ciudad, en el primer piso nos deleitamos con unas tablas del Retablo Mayor de la Colegiata de Santa María, con dorados típicos de la Corona de Aragón. Para completar la visita ¡hay que volver!
Frugal comida: migas, cordero y leche frita con flan y café. No sabemos cuál será nuestra resistencia.
A primera hora de la tarde salimos hacia el Monasterio cisterciense de Santa María de Veruela. Los ojos se fueron abriendo entre las suaves lomas de Castilla y Navarra para sorprendernos con una entrada presidida por barbacana y torre del homenaje. Atravesamos la portería girando a la derecha hacia el Mº del Vino, pero sin la degustación (no era hora, 4 de la tarde).
Seguimos caminando lentamente por el sendero melancólico de plátanos por el que pasearía Bécquer durante su estancia en este lugar. Queda constancia en un azulejo.
De pronto la fachada de la Iglesia (s.XII), sobria, con una puerta abocinada y un rosetón, aunque la entrada será por otro sitio (¡lástima no íbamos de boda ni de fiesta! Llegamos al zaguán que da acceso al coqueto Claustro Mayor de arcos calados y apuntados al estilo levantino, con sencillos capiteles. Recorrimos el claustro y entramos en la cocina, refectorio y sala capitular ¡Cuidado con los abades de la solería!
Entramos en la iglesia de Santa María por una puerta lateral o de los monjes. Tiene tres amplias naves con bóveda de crucería y cabecera muy desarrollada. Seguimos escuchando las explicaciones de la guía sobre las tumbas de los abades aragoneses.
Rodeamos la girola mientras notábamos como los pies y la punta de la nariz se quedaban fríos.
Salimos de allí camino a Tarazona, sin dejar de mirar ese hermoso lugar.
Llegamos al hotel «Las Brujas» y ¡Oh brujería!, la Catedral no está enfrente, se la han llevado un poco más abajo, para que el «vigilante blanco» esté a nuestro lado. Ya de noche nos tropezamos con las torres mudéjares iluminadas.
Son las 8,30, hay que empezar el domingo. Antes de partir hay que hacer fotos al Moncayo, que sigue observándonos.
Salimos en el bus hacia el centro de Tarazona. Comenzamos por la Catedral, que ha sido reabierta después de 20 años de restauración, aunque todavía no terminada. Ha quedado refulgente para poderla observar.
Su cimborrio centra nuestra atención hacia las alturas, donde vemos unos desnudos en grisallas recientemente descubiertos. Debajo, el Altar Mayor, con bóveda estrellada. Deambulamos por la girola y las naves laterales, con muchas capillas en fase de restauración, al igual que la fachada. Llegamos a los pies del templo desde donde nos dirigimos al Claustro.
Salimos de la Catedral y continuamos por la ciudad, subimos hasta el Ayuntamiento donde nos maravilla un friso corrido histórico sobre la coronación del emperador Carlos V, obra impresionante del Renacimiento, que nos recuerda los talleres italianos del momento.
Enfrente está la figura popular del «Cipogato» (hay que venir en Fiestas).
Abandonamos la Plaza para recorrer la judería y llegar a las «Casas colgadas». Entramos en el Palacio Episcopal, donde está el Museo Arqueológico, con objetos de la ciudad. Subimos una calle empinada de amplios escalones y salimos a la plaza de la Magdalena, con la iglesia del mismo nombre, en la que contemplamos un ábside muy sencillo. A su derecha un arco que nos recuerda que era una de las puertas de entrada a la población. En esa misma plaza hay un mirador desde donde se puede contemplar una panorámica del lugar y de la Plaza Octogonal de Toros.
Bajamos por el barrio de la morería hasta el río Queiles en dirección a la Plaza de Toros, en la que entramos y salimos por la Puerta Grande, para después tomar una tapa contundente acorde con la hora. Finalizada la visita, marchamos a comer. Después de esto salimos hacia Madrid, con una tarde luminosa que se irá nublando según nos acercamos a nuestro destino, que nos recibirá lloviendo.
¡Nos vemos en la próxima!